Absolución de Silvia Perez Ruiz en el juicio en su contra
Absolución de Silvia Perez Ruiz en el juicio en su contra
En el día de ayer, la Justicia absolvió a Silvia Perez Ruiz en la querella iniciada en su contra por el profesor Roberto Sniezek.
En diciembre de 2017 la periodista Silvia Pérez Ruiz -egresada de la UNC- denunció por violencia de género al director de Cámara de los SRT y profesor de esta casa, Roberto Sniezek. La denuncia fue presentada primero en los medios y luego en nuestra Universidad en el marco del Plan de acciones y herramientas para prevenir, atender y sancionar las violencias de género en el ámbito de la Universidad Nacional de Córdoba.
Sniezek respondió a la denuncia de Pérez Ruiz con una querella en la Justicia demandándola por calumnias, injurias y daño moral. Esta querella finalizó ayer y Silvia Pérez Ruiz fue absuelta. Compartimos el texto que ella leyó frente al Tribunal:
Haciendo uso de mi derecho, voy a dirigirme respetuosamente a su excelencia para que en los registros públicos de este proceso queden asentadas mis palabras, en mi propia voz.
Hace ya varios años, cuando era apenas una aspirante a periodista, me acerqué a escuchar a quien considero fue uno de los mejores escritores y periodistas de Argentina: Tomás Eloy Martínez, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo, de Gabriel García Márquez, y autor de grandes textos periodísticos y novelas.
Cuando terminó su exposición, se habilitó al público a hacerle preguntas y una chica, quizás de mi edad, le preguntó si le ponía el mismo grado de compromiso y rigurosidad a un artículo de diario que a una novela. Y Eloy Martínez le contestó: “Mire señorita, mi nombre es lo único que tengo”.
Esa frase, cargada de significado, me marcó a fuego y la hice mía. Entendí que realmente un periodista lo único que tiene es su nombre. Es decir, su credibilidad.
Y en la credibilidad, está implícita la búsqueda honesta de la verdad.
Creo que tanto jueces y periodistas, podemos decir que día a día trabajamos por lo mismo, la búsqueda de la verdad. En mi caso, podría agregar también -sin pretender falsas representaciones- ser la voz, poner el micrófono a aquellos que no tienen la misma posibilidad de ser escuchados y escuchadas.
En 1996 entré a la facultad, terminé de cursar en el año 2000, e integré el cuadro de honor de ese año. En 2002 presenté mi tesis. En 2006 entré a Canal 10, mi primer trabajo “serio” en televisión, donde ocurrieron los hechos que fueron motivo de mi denuncia pública, ya expuestos por mi abogado en la audiencia anterior.
Diez años más tarde, en 2016, volví a la facultad de comunicación, a cursar el trayecto intensivo de Locución destinado a licenciados que otorgaba el título de Locutor nacional. Ya trabajaba en Canal 12, fue muy grande el esfuerzo porque la carga horaria era intensa, trabajaba mucho, además tenía una hija y una familia.
Fue en ese contexto, transitando las aulas de la facultad que volví a escuchar en esos pasillos los testimonios y comentarios de estudiantes y ayudantes de cátedra sobre comportamientos inapropiados en la cátedra de conducción televisiva.
Habían pasado 10 años de mi propia experiencia. Estuve meses sin poder sacar de mi cabeza la idea de que yo, con casi 40, hoy adulta, madre, esposa, era al mismo tiempo testigo y víctima silenciosa de una situación que entonces viví como abuso de poder.
Tampoco pude sacar de mi cabeza esos relatos que escuché entonces, sobre el mismo profesor universitario, que al menos durante 10 años, pudo haber hecho sufrir a otras mujeres, a otras chicas, a otras estudiantes, a otras aspirantes, jóvenes profesionales como lo había hecho conmigo. Y me preguntaba como mujer y como periodista: ¿el silencio me hace cómplice?
A los pocos meses, estalló el movimiento Me too en los Estados Unidos. Ese movimiento poderoso de mujeres que gracias a una investigación periodística hizo caer a uno de los hombres más representativos del mundo del cine como fue Harvey Weinstein.
Y miren ustedes esas piruetas del destino.
Todas las noches y todos los mediodías, la misma periodista que se carcomía el alma con su propia historia y con las que sabía que eran similares a la suya, tenía que presentar a una cámara, frente a miles de personas a través de la televisión, los casos de abusos sucedidos en el distante mundo de la industria del cine, de un país a 10.000 km de distancia, cuando aquí, en el barrio Marqués de Sobremonte de la ciudad de Córdoba y en las mismas aulas donde yo había estudiado sucedían situaciones similares.
Las actrices de Hollywood y las aspirantes a periodistas habíamos naturalizado por años estos comportamientos. Seguramente ellas decían lo mismo que nosotras. “Y bueno, él es así”. Sin saber que en esos comportamientos mediaba una relación asimétrica de poder. Profesor-estudiante. Director-periodista.
La naturalización. Pero también el miedo. Miedo a perder un trabajo. Miedo a que no te crean. A no ser escuchadas. Miedo a que te etiqueten como una persona “conflictiva”, en un espacio laboral donde todo se sabe, como el de los medios de comunicación de Córdoba. Miedo a la difamación. Miedo a la represalia.
En Estados Unidos, Harvey Weinstein enfrenta un juicio o varios. Acá, en los tribunales de Córdoba, se da la paradoja de que una periodista como yo, que pretendía poner luz sobre situaciones donde sólo había silencio, miedo y oscuridad, -y sólo pensando en el interés público para evitar que esas situaciones se siguieran repitiendo-, está sentada en el banquillo de los acusados, enfrentando una posible condena.
Usted lo sabe mejor que yo, señor juez, por qué las mujeres en caso de sufrir violencia o acoso laboral no logran ni hablar, ni muchos menos denunciar en su momento. Es por el miedo y por diferentes mecanismos psicológicos que hacen que una tienda a olvidarlos. Pero no se olvidan, nunca se olvidan. Al contrario, con el tiempo la herida se hace cada vez más grande.
Con esto quiero decir, vuestra excelencia que por nada del mundo, ni por dinero, ni por fama, ni por una cuota de poder o visibilidad, yo, Silvia Perez Ruiz, jamás puse ni pondré en peligro lo único que tengo que es mi nombre, mi credibilidad. Mi principal capital, que honro desde hace 20 años como profesional en los diferentes medios en los que he trabajado.
Como me enseñó Tomás Eloy Martínez, mi nombre es lo único que tengo.
Por último, en mi nombre y en el nombre de las mujeres que aquí se expresaron y en nombre de otras tantas que se expresaron en el mismo sentido en otros ámbitos y en nombre de las que aún por miedo no se animan a hablar, es que pido que este tribunal deje un precedente que amplíe libertades, que libere mordazas, que espante al miedo.
Que sea una sentencia justa. Para que la perspectiva de género no sea un concepto vacío en los Tribunales y pueda hoy materializarse en un fallo ejemplificador. Porque la verdad es la herramienta más poderosa que tenemos.
Muchas gracias.